MÚSICA DE EFECTOS NOCIVOS Y CONTAMINACIÓN SONORA (2° Parte)
- Juan Carlos Morales
- 11 dic 2015
- 4 Min. de lectura
Los habitantes de los países industrializados o con cierto nivel de desarrollo, vivimos inmersos en un mundo lleno de ruidos, que parecen ya inseparables de nuestra vida cotidiana. A diferencia de la visión, nuestro sistema auditivo está siempre abierto al mundo, lo que implica una recepción continua de estímulos y de informaciones sonoras de las que no podemos sustraernos.
El progreso técnico, la proliferación de los medios de transporte, el hacinamiento, los hábitos culturales y el crecimiento urbano carente en muchos casos de una planificación adecuada son, entre otros, algunos de los factores que han contribuido en gran medida a la degradación acústica del medio, y al deterioro de las relaciones entre la persona y su entorno.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que el 76% de la población que vive en los grandes centros urbanos sufre un impacto acústico muy superior al recomendable; y científicos y expertos que trabajan en la materia han declarado en forma unánime que el ruido daña seriamente nuestra capacidad auditiva y ejerce una influencia negativa en nuestro organismo, propiciando graves trastornos. Estos perjuicios van desde daños puramente fisiológicos, como la conocida pérdida progresiva de la audición, hasta los psicológicos, al producir una irritación y un cansancio que provocan disfunciones en la vida cotidiana, tanto en el rendimiento laboral como en la relación con los demás.
La lista de posibles consecuencias de la contaminación acústica es larga: Individualmente provoca dolor de cabeza, problemas de estómago, alteración de la presión arterial y del ritmo cardíaco; vasoconstricción, depresión del sistema inmunológico y alteración de los niveles de segregación endocrina; irritabilidad, cansancio, estrés y perturbaciones del sueño, que conducen a conductas agresivas, dificultades para la comunicación, problemas mentales y estados depresivos, disminución del rendimiento y de la concentración, etcétera, todo esto con una alta repercusión en el deterioro social y elevados costos en productividad laboral.
El ruido no sólo produce perjuicios directos y acumulativos sobre la salud, sino que además tiene efectos socioculturales, estéticos y económicos: aislamiento social, pérdida de privacidad, desaparición de culturas sonoras, pérdida de señales sonoras alertantes, depreciación económica de la vivienda, etcétera. Con niveles de ruido altos, la tendencia natural de la gente hacia la ayuda mutua disminuye o desaparece, reapareciendo en el momento en que se suprime la presión sonora.
Los niños cuyas escuelas se ubican en zonas ruidosas, aprenden a leer más tarde, presentan mayor agresividad, fatiga, agitación, peleas y riñas frecuentes; mayor tendencia al aislamiento, y cierta dificultad de relación con los demás. El deterioro del aprendizaje y del desarrollo humano nos comprueba que la contaminación acústica conlleva efectos negativos para las generaciones futuras.
El exceso de automóviles, las obras públicas, la cercanía de los aeropuertos, el ruido social y la actividad nocturna son los principales responsables de la contaminación acústica de las grandes ciudades. Sin embargo, existen otras fuentes de ruido que podríamos controlar con un poco de educación y legislaciones adecuadas. Desde muy pequeños los niños acuden a fiestas en donde son expuestos a música a gran volumen y son incitados a responder a gritos a las preguntas de los animadores. En el mercado se encuentran sofisticados juguetes que hacen alarde de una fuerte sonoridad, a más de artificial y distorsionada.
El uso excesivo de reproductores de discos compactos y radios con auriculares, y el volumen de la música en las discotecas, provocan cada vez más problemas auditivos entre los jóvenes. El oído tarda más de 36 horas en recuperar la sensibilidad auditiva normal, después de estar sometido una noche a la música atronadora de una discoteca.
La utilización permanente de "música" a impresionantes volúmenes en cines, restaurantes y lugares públicos, origina que muchos de nosotros pensemos dos veces la conveniencia de acudir a estos lugares. Normalmente decidimos no hacerlo. Sólo bajo caso de extrema necesidad nos vemos obligados a exponernos a tantas violaciones a nuestra integridad física. Una legislación en este sentido es urgente.
La consecuencia más preocupante del nivel sonoro elevado es la hipoacusia o pérdida de la capacidad auditiva. Muchos jóvenes de hoy sufrirán trastornos del sentido del oído en un futuro cercano. Lamentablemente el individuo advierte su discapacidad cuando ya es demasiado tarde, dado que la misma se produce por la destrucción irreversible de las delicadas células sensoriales del oído interno. La razón es que el proceso de deterioro es gradual y puede demorar varios años en hacerse patente, ya que se va produciendo una adaptación o acostumbramiento progresivo.
Los niveles de ruido constantes, aunque no superen los límites máximos permitidos, aceleran el proceso de la disminución auditiva, de tal forma que tenemos un oído mucho más viejo del que correspondería a nuestra edad fisiológica. En otras ocasiones la exposición a ruidos de poca duración, pero de gran intensidad, precipitan este trastorno irreversible y para el que no existe tratamiento alguno. Estos problemas se han incrementado a tal grado, que ya existe el término socioacusia, que se refiere a la disminución auditiva o a la pérdida total del oído debida a causas sociales.

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